Santos camina
con paso firme. La tarde está cayendo y Rubio presiente, nervioso, su
presencia. Como cada día desde hace 16 años los dos regresan a casa
después de una larga jornada de trabajo. Sus siluetas, inconfundibles, se compenetran en todo: andar rotundo y pausado, ritmo lento, el mismo
ánimo… juntos reproducen cada día la vieja estampa atemporal de unión y complicidad entre
hombre y caballo.
Curtido en mil batallas y otros tantos oficios, Santos sintió hace ya muchos años que su sitio estaba en su tierra, y de ella obtiene todo lo necesario para vivir. Con esfuerzo, humor y muchas dosis de ironía hace frente a las dificultades, y como los grandes hombres, Santos valora las cosas importantes: las sonrisas y los saludos demorados, la familia, la amistad, la lluvia purificadora y el sol de la mañana.
Santos no es Redford, ni falta que le hace, no necesita susurrarle a su caballo, con sólo una mirada Rubio se convierte en una extensión de su dueño, en sus piernas y en sus brazos, y juntos surcan la tierra para obtener sus frutos… juntos, como hace millones de años... juntos reviviendo la imagen mítica del más bello animal ligado al ser más inteligente, y juntos haciendo historia desde el principio de los tiempos.


















































