Tantas noches la había imaginado que podía dibujarla en cada uno de sus perfiles, cobijarla en cada miedo y cada sonrisa, respirar cada brisa de su falda, cada aliento, cada roce de sus dedos descalzos, suaves, cada compás de su cintura marcaba el camino y los tambores, intensos y poderosos, eran el preludio del encuentro. Esta vez tenía la certeza, cruzaría el puente y nada ni nadie los separaría jamás...
Ella tenía un sueño recurrente: el viento la había acompañado todo el camino hacía la otra orilla. Pero allí estaba, por fin, en lo alto del puente, bajo una mágica e insinuante luna. Y allí lo encontraría, tal y como lo había soñado, siempre él, y sus manos tendidas, su refugio. Suaves y sinuosos movimientos, caderas oscilantes, equilibrio, sudor, pasión, giros a un ritmo frenético sobre brazos poderosos. Reconoció cada pliegue de su cuello, cada nuevo abrazo, cada deseo de su boca, cada impulso era esperado y cómplice... Y así bailaron y bailaron, Maruxa y Erick se fundieron en el aire y fueron grandes, tanto como sus sueños. SóLODOS.