jueves, 31 de mayo de 2018

Palabras, palabras, palabras


El padre de Hamlet, rey de Dinamarca, ha sido asesinado por su propio hermano, Claudio, que, además, se hace con el trono casándose con la esposa del rey y madre de Hamlet. El rey muerto aparece ante su hijo en forma de espectro para contarle su asesinato y exigirle venganza. El príncipe decide entonces hacerse pasar por loco y en su presunta locura, prepara una representación teatral con el crimen como eje del argumento. El desenlace ya lo conoceréis pero a mí me pasa lo que a Drexler, me gusta más la trama y todo lo que subyace: la contradicción, las pasiones desbordadas, la corrupción, el sentido de la existencia, la desconfianza, el ansia de poder... En este escenario, cada personaje es un artista de la simulación pero Hamlet y su locura, su desorientación y sobre todo su ambigüedad lo hacen tremendamente actual, un especie de genio de la posverdad, ese territorio de aguas turbias que hay entre la verdad y la mentira, algo que ya relató Platón en su Caverna hace tantos siglos y que rebautizamos día a día, con más fuerza si cabe; falacias legitimadas por el adecuado aparato mediático y propagandístico que hace que no lo parezcan tanto o que, en todo caso, sean vistas como ‘hechos alternativos’, renunciando descaradamente a la honestidad intelectual y a la verdad... Seguro que os suena... En todo caso, espero que los árboles no os impidan ver el bosque y disfrutéis, como yo lo hice fotografiando, de la belleza, la originalidad y la grandeza de la puesta en escena de Teatro Clásico de Sevilla, ocho Premios Lorca y seis Premios Max, nada menos. Un lujo.