Cuando el acto de comer ha alcanzado la categoría de rito que no solo ha de proporcionar agradables sensaciones gustativas sino que se espera de él la emoción, la vivencia de experiencias únicas que nos acompañen siempre y que pasen a formar parte de nuestros recuerdos vitales, os podéis imaginar que el nivel de exigencia para todo el equipo humano implicado es altísimo, e incluye, felizmente y una vez más, a este humilde fotógrafo que se lo pasa pipa viviendo muy de cerca intensos momentos de trabajo duro y creatividad... En definitiva, quién no ha querido alguna vez detener el tiempo, atrapar ese momento fugaz que inunda de placer nuestros sentidos... la cámara se convierte entonces en una extensión de uno mismo y parece obrar el milagro: lo pasajero, evanescente, fugaz… mudado de alguna forma en inmortal. Es la esencia de la fotografía, pero tratándose además de cocina, una de las artes efímeras por excelencia, no exagero cuando os digo que cada segundo es decisivo… el 'objeto artístico' en cuestión, o sea, el plato, se caracteriza por su 'no permanencia', por su carácter perecedero y transitorio, y por lo tanto ha de ser atrapado inmediatamente, sin pausa y con precisión para que todo el largo proceso de elaboración que hay detrás no se vaya al garete, cada uno de sus componentes conserve su esencia y se plasmen todas las sensaciones, texturas, tonos, contrastes que el cocinero ha concebido y ha incluido en su 'obra' y finalmente, que estas imágenes generen deseos, recuerdos, instantes eternos … incluso antes de haberlos vivido... he ahí la magia.
[Fotografías realizadas en Retiro da Costiña, restaurante con estrella Michelin y dos soles Repsol, asociado a Grupo Nove] |